“Edo” es el antiguo nombre de la ciudad de Tokio, además de hacer referencia a un fascinante período de la historia japonesa, entre los siglos XVII y XIX. Una de sus características más destacadas, el culto Shinto -considerado la religión indígena del país y actualmente la segunda en número de fieles- se basaba en la adoración de animales.
Sin embargo, también existen evidencias -pinturas eróticas que datan de mucho antes de las geishas- de que se trataba de un culto profundamente hedonista, contemporáneo de la cultura griega. Mientras los manuales sexuales de China se escribieron con el propósito de preservar la salud masculina, los antiguos textos japoneses tenían como centro el “espíritu alegre” necesario para que ambos sexos disfrutaran del placer.
Así, la sexualidad en el Japón se celebraba a través de dioses como “Izanagi” (“el hombre que invita”) y su esposa “Izanami” (“la mujer que invita”). La deidad “Kunado” era representada con un pene y la adoración de la “Raíz Divina” era universal: símbolos fálicos de madera y piedra se encontraban con facilidad en las ciudades y en el campo.
Se creía que poseían poderes sanadores y propiedades revitalizantes. De hecho hasta el día de hoy se celebra cada primavera el “Kanamara Matsuri”, festival cuyo tema principal es la veneración del pene, que está presente durante todo el evento en forma de ilustraciones, dulces, decoraciones, vegetales esculpidos y templos móviles.
Otra tradición notable consistía en ofrecerle a “Kwan-Non” -la Venus japonesa- hermosas jóvenes para su servicio. Fue en honor a esta deidad que se erigió el famoso templo de Asakusa. De hecho, las prostitutas sagradas pertenecían a un grupo religioso de monjas llamadas “Bikuni”. Ser un miembro de esta organización era un privilegio: se seleccionaba a las chicas de todas las clases sociales, incluyendo a los burdeles más bajos, por su belleza y sus habilidades sexuales. Los templos de Shinto constituían el lugar donde se llevaban a cabo orgías sexuales que nada tenían que envidiarles a las bacanales romanas.
Las bolas de geisha
Una de las mayores contribuciones que realizaron los japoneses al placer sexual femenino son las famosas “bolas de Ben Wa” o “de geisha”. Según se dice, fueron creadas por la cortesana Rino-Tama, que descubrió que colocando dos bolillas dentro de la vagina, una mujer podía alcanzar una especie de orgasmo permanente, sutil y discreto. Otras versiones sostienen que habrían sido inventadas para satisfacer las necesidades del emperador, de manera que sus concubinas estuvieran siempre “listas”. Originalmente tales objetos tenían forma ovoidal con un orificio tallado en marfil. El revestimiento era de oro o plata con un pequeño peso de mercurio colocado en el centro para que las bolillas pudieran girar, provocando sensaciones envolventes dentro de la vagina y los tejidos sensibles al placer orgásmico.
Su versión actual, por lo general de acero inoxidable o silicona, consiste en dos o más esferas unidas por un cordel, de aproximadamente 3,5 centímetros de diámetro y peso variable. Contienen en su interior una bola más pequeña, lo que produce un efecto vibratorio.
Este juguete no sólo tiene la cualidad de proporcionar sensaciones placenteras: es también recomendado por los especialistas en suelo pélvico para combatir la flaccidez y la pérdida de función en esa zona (producto del envejecimiento, los embarazos, partos y el sobrepeso, entre otros factores). Las esferas tonifican la vagina porque esta se ve obligada, para evitar que se caigan, a contraerse continuamente, como una reacción refleja.
Por otra parte, los “golpecitos” que efectúa en sus paredes, estimulan la circulación sanguínea, lo cual ayuda a mejorar la lubricación.
Lo recomendable es llevarlas media hora al día (o si es posible un poco más de tiempo), mientras se realiza cualquier actividad que implique movimiento, como ser caminar, bailar, hacer tareas domésticas o ejercicios aeróbicos.